jueves, 25 de septiembre de 2014

Sudábamos entre las sábanas arrugadas de nuestra cama, aquella noche de humedad, en aquella isla perdida de las inmundas miradas, donde el vientro y los colores de aquella luna, dejaban resplandecer el horizonte de la playa. Disfrutábamos lamiendo cada trozo de piel con aquel ligero sabor a salitre. Lamía tus pezones, los mordía y tu levantabas la tu nublada vista hasta el cielo disfrutando de cada chupada. Estábamos muy excitados, y mientras tu clítoris se hacía cada vez mas sensible, yo deslizaba mis dedos dentro de ti, frotandolos con el pelo de tu pubis y acariciando tus muslos.
Tu tenias mi sexo en tu mano, estaba duro y húmedo, como tantas veces habías dicho que te gustaba. Lo masajeabas arriba y abajo y cuando tu mano se empapaba de mi, pasabas tu lengua y bebías los flujos que en ella dejaba. Era mucho la excitación y las ganas que teníamos de disfrutarnos cuando de pronto sonó tu teléfono. Era una amiga intima, una tal María. Tumbada en la cama comenzaste a hablar con ella, no venía a cuento, pero un pequeño brillo asomó por tus ojos,
 mientras yo no dejaba de lamer y morder aquellos puntiagudos pezones rosados. Intentabas mantener la compostura cuando bajé la cabeza y pasé la lengua por entre aquellas ingles húmedas de sexo y mi lengua se hizo hueco entre aquela caviadad de placer. Movías las caderas y te mordias los labios mientras escuchabas las preguntas de María. Te tapabas la boca con tus manos intentando ahogar los suspiros y gemidos que mi lengua te proporcionaba, movías tus caderas entrando en el juego de mi boca. Me incorporé y y tu vista se miró fihjamente la ereccion de mi polla, sabiendo lo que te esperaba y mientras respondías a sus preguntas, te penetré con una simple embestida hasta las entrañas. Entró de una sola vez, la humedad de tu coño me ponía muy caliente y tus caderas se movían cuando mis huevos golpeaban tu culo, soltaste el telefono y clavaste tus uñas en mi culo, apretando hasta emgullir cada centimetro de verga, caon la cabeza hacia atras, recibías mis embestidas hasta que tus gemidos dijeron, follame cornudo, y nustras corridas se mezclaron dentro de ti. Exasustos, sudorosos y levitando por aquella sugerente corrida, permanecí dentro de ti, hasta que noté como tanto mi leche como la tuya, descendías por tus muslos hasta acabar en las sabanas, donde dormimos con nuestros aromas de sal y de sexo.